Es temprano
cuando partimos de Agoudir. Abandonamos el bonito “camping” (mas bien un
hostal), no sin antes negociar algunos souvenirs con el peculiar individuo que
lo regenta.
El motor del pequeño amarillo ruge lleno de
energía hoy, el trabajo de la noche anterior parece haber sido efectivo y emprendemos la marcha felices por ello.
Tras la reunión de la noche anterior, hemos
decidido abandonar la idea de bajar al desierto y hemos tomado la determinación
de minimizar el off-road. El tiempo
apremia y la salud de nuestro amigo amarillo es delicada. Nos quedan aún más de
dos mil kilómetros y hemos de cuidar las mecánicas. Nuestro nuevo plan consiste en avanzar hacia
Marrakech para tratar de llegar a Essaouira a la jornada siguiente, desde allí
enfilaremos la costa y comenzaremos a subir lentamente hacia el norte.
Atravesamos las espectaculares gargantas de
Todra, mientras nos alejamos apenados de los inigualables parajes del Atlas. Inmensos palmerales comienzan a aparecer en
los llanos y áridos paisajes que sustituyen a las verticales laderas del pasado
día. El polvo y la arena nos harán
compañía hoy.
Las
carreteras mejoran notablemente, la orografía del terreno permite
mejores infraestructuras y el clima, más benigno, las mantiene en mejor estado.
Avanzamos veloces por las interminables rectas que atraviesan las bastas,
bastísimas llanuras arenosas que se pierden en el horizonte. Atrás, en la
lejanía, las hermosas cumbres nevadas nos despiden apenadas, encogidas por la
distancia.
Nos adentramos en la “ruta de las kasbah “
atravesando bonitos poblados, pequeños oasis
que con sus construcciones tradicionales observan indiferentes el paso
del tiempo, el lento golpeteo de los granos de arena que incesantemente golpean
sus gastadas fachadas.
Todos hemos observado el creciente traqueteo
que nuestro amigo amarillo desprende, pero ninguno de nosotros parece querer
hablar del tema. El vehículo funciona correctamente y no es sino cuando su
rendimiento baja, cuando paramos a echarle un vistazo poco concluyente.
Reemprendemos la marcha con la premisa de reajustar las válvulas al final del
día.
Tras varias horas de desértica conducción, nuestro travieso amigo motorizado decide
pararse. Nos encontramos atravesando Ouazazarte y la vetusta mecánica del
pequeño aparato no parece tener intención de arrancar de nuevo.
Empujamos el vehículo a un lado y tras una
reparación de urgencia volvemos a ponernos en ruta. Apenas 500 metros después
volvemos a estar operando al moribundo aparato.
En sus casi 30 años de vida, el pobre
amarillo parece haber sufrido toda suerte de averías. Son muchas las
reparaciones que lleva encima y algunas, no son demasiado buenas. Eran otros
tiempos y otra mentalidad, las cosas se reparaban para evitar en lo posible
comprar piezas nuevas y contener así el precio de la reparación. Por desgracia,
algunos de esos “trabajos de artesanía”, parecen haber superado su fecha de
caducidad.
Los tornillos que fijan el árbol de
balancines a la culata, han sido “retocados” por al menos un par de “mecánicos”
diferentes y tras la dudosa calidad de los trabajos, los años y la dureza del
viaje, haberlos tocado el día anterior fue cuanto necesitaron para romperse del
todo.
Así pues, nos encontrábamos en la ciudad de
Ouazazarte con un motor que precisaba de una intervención de gran calibre que
con nuestros limitados recursos difícilmente podríamos llevar a cabo.
Eneko y Lopez se aventuran en busca de
soluciones con el coche rojo (Rosa) mientras que Iñigo y yo nos quedamos
esforzándonos en un vano intento por encontrar una solución.
La cosa no pinta demasiado bien y comenzamos
a plantearnos la posibilidad de abandonar a nuestro maltrecho compañero de
aventura.
Te lo cambio por el panda. |
Remolcamos el inerte cubo de metal amarillo
hasta el taller de nuestro nuevo amigo, donde llegamos a un acuerdo con su
padre sobre el precio del cambio de culata. El trato está hecho, supuestamente
tendremos la culata a las 10 de la mañana del próximo día así que no queda
mucho por hacer hoy.
El taller, no lo es tanto. Es un minúsculo
local repleto de toda suerte de piezas y fragmentos de coche, algunas
herramientas desperdigadas y grasa. Más mugre de la que la gran mayoría de las
personas sería capaz de soportar.
En el reducido espacio, más reducido aún por
el cúmulo de trastos, difícilmente podría meterse un coche. De hecho,
difícilmente podría meterse una moto dejando espacio suficiente para apearse de
ella. Por tanto, el coche ha de dormir
en la calle y al dueño del “taller” no parece satisfacerle la idea.
Una marea de chavales y niños empujan el
pequeño amarillo por las estrechas y laberínticas calles a un inexplicable y
frenético ritmo, fruto del cual vamos poco a poco perdiendo fuerza motriz hasta
acabar tan solo dos exhaustos burros empujando.
Abandonamos el cadáver en una campa junto a una gasolinera y aunque nos
cuesta creer que las probabilidades de hurto aquí sean menores, no nos quedan
demasiadas alternativas.
Tras algunas extrañas peripecias al estilo
benny hill, encontramos un hotel y cenamos en un extraño y grasiento
restaurante. Nuestros principios nos obligan a huir de los comercios para
guiris y la aparente falta de higiene es una parte del precio a pagar. A pesar de ello, cenamos estupendamente y a
buen precio.
Nos acostamos agotados, el día no ha dado ni
un minuto de tregua. En nuestras cabezas, muchas dudas, especialmente sobre la
certeza de localizar una culata compatible en tan corto plazo.
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