El día amanece claro en aquel mágico lugar, tras la intensa noche de fortísimos vientos que amenazaban con enviarnos de un salto al país de Oz.
La relativa incomodidad de nuestro pedregoso lecho, pierde su escasa importancia cuando el ahogado crepitar de la cremallera, deja paso a una bocanada de aire que nos invita a salir prestos de nuestro efímero refugio. La fina tela se hace a un lado y muestra ante nuestros ojos llenos de legañas, la inmensidad del paisaje que con cristalina transparencia se pierde en el horizonte.
Impulsados por invisibles fuerzas, recogemos el campamento con una celeridad poco común.
Los bellos cantos de los glaciares del atlas parecen habernos hechizado cuan sirenas a incautos navegantes, invitándonos a partir raudos en su busca. Así lo hacemos.
Con las sonrisas en ristre, embarcamos en nuestras naves de hojalata con las velas
tensadas, dejando atrás tan solo nuestras pisadas.
La pista continúa subiendo describiendo un semicírculo por la ladera de la montaña, gira bruscamente a la derecha salvando es cauce de un riachuelo para volver a torcer acto seguido a la izquierda, luego de nuevo a la derecha, de nuevo izquierda, ... El ascenso es constante y tras cada curva descubrimos como el camino se retuerce más y más, cada vez más estrecho, cada vez más bacheado, encaramado a la montaña.
Las pendientes comienzan a ser grandes y el firme del camino ya no lo es tanto.
El pobre amarillo no da más de sí y solloza exhausto. La altitud no ayuda mucho a su
pequeño y gastado corazón y se ve incapaz de seguir avanzando. El bueno de Rosita se ofrece sin dudarlo a aportar su granito de arena y lo remolca a duras penas en los duros repechos, pero la cosa no ha hecho más que empezar.
Esquivamos bloques de rocas desprendidos de laderas y paredes, sorteamos zanjas, esquivamos ríos y superamos grandes desniveles, embelesados por la indescriptible belleza del entorno. Nos encontramos en el circo glacial de Jaffar, el sol de los últimos días ha hecho remitir la nieve permitiéndonos llegar hasta aquí hoy. No obstante, nuestros amigos mecánicos (y especialmente el pequeño amarillo) se encuentran muy lejos de su hábitat y el esfuerzo se hace notar. En más de una ocasión, nos vemos obligados a abandonar el camino en busca de soluciones alternativas para afrontar un determinado repecho, y es que, los problemas de salud
del pobre amarillo son cada vez más patentes.
Poco a poco, los desniveles se hacen menores y el estado del camino mejora a su vez.
Durante las siguientes horas, disfrutamos como niños pequeños rodeando valles y cruzando ríos. La pedregosa pista se torna resbaladiza con la aparición del barro, los bordes del camino comienzan a poblarse de árboles y algunos pequeños riachuelos nos salen al encuentro para que por un instante chapoteemos en sus cristalinas y gélidas aguas.
Tras algunos kilómetros, una enorme pista nos sale también al encuentro y volvemos a tener una línea que seguir en el mapa.
Un precioso paisaje estepario nos acompaña, circulamos por la amplia y en ocasiones incluso asfaltada pista. Interminables y desérticos montículos se extienden ante nuestros ojos.
Estáticos al frente, cortados por nuestra estela de polvo detrás.
Seguimos el cauce de un bonito y aparentemente tranquilo río, pero la obligación de
desviarnos una y otra vez para sortear los puntos donde la carretera ha desaparecido, demuestra que la bestia despierta con los deshielos alcanzando un colosal tamaño capaz de engullir cuanto queda a su alcance.
Atravesamos pequeños poblados, donde somos interceptados por nubes de niños que nos saludan y persiguen.
Extasiados por los paisajes y vivencias del día llegamos a Imilchil, donde con la intención de poner la guinda, pedimos indicaciones para llegar a unos lagos que supuestamente hay por la zona y si el lugar lo permite, tal vez acaparemos allí. No somos capaces de dar con el camino que lleva a los lagos, pero nos llevamos el impresionante recuerdo de una sinuosa y empinada carretera que nos deja boquiabiertos. Tras las vueltas tratando de encontrar el dichoso camino y ayudados por la irrisoria velocidad que el panda amarillo desarrolla cuesta arriba, la noche nos da caza de regreso a Imilchil. Por alguna razón, no nos apetece pernoctar en este pueblo y continuamos algunos kilómetros en busca de un “camping” que hemos visto anunciado en un cartel.
Si conducir por Marruecos ya es de por si delicado, hacerlo de noche se convierte en toda una aventura. Extraños personajes ataviados con oscuras chilabas pasean y se cruzan por las carreteras, a pie, en burro o en bicicleta. A pesar de que circulamos despacio, los sustos que nos proporcionan sus fantasmagóricas apariciones son constantes.
Por fin llegamos al camping, con el gran logro de no haber atropellado ni a uno solo de esos seres nocturnos. El día ha sido realmente intenso, negociamos una habitación para los cuatro y cenamos. Tras la cena, una breve sobremesa con otros viajeros con interesantes y variados proyectos y rutas.
El día de hoy ha puesto de manifiesto que no podemos continuar rodando a este ritmo por lo que antes de irnos a dormir, decidimos dar un buen repaso al motor del panda amarillo.
Herramientas, linternas y risas se mezclan dando lugar a una insólita coordinación. Se limpia y ajusta el carburador y el encendido y se efectúa un reglaje de válvulas. En poco menos de una hora, el coche amarillo está de nuevo montado pero no podremos probarlo hasta la mañana siguiente, el resto de huéspedes nos lo agradecerán.
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