miércoles, 17 de abril de 2013

Una tierra sorprendente


  

  Apenas salimos del puerto y enfilamos la primera ascensión por una taladrada carretera, descubrimos que es el momento de hacer un reset a nuestra imagen preconcebida de este país.

   Inconscientes conductores a bordo de destartalados artefactos a motor, circulando desordenadamente por carreteras pobremente pavimentadas, no suponen ninguna sorpresa. Sí lo suponen no obstante, la increíble belleza de los verdes prados y valles que se extienden  desde las cercanas cumbres hasta los imponentes acantilados, así como la desinteresada amabilidad y el buen trato de la gente local. Creo que son demasiados los prejuicios que la sociedad intransigente ha instalado gratuitamente en nuestras cabezas.





  Movidos por la belleza de los paisajes y apoyados por el calor del sol que hoy luce radiante, decidimos abordar la carretera de la costa. El trayecto es lento pero las vistas y el propio trazado de la bacheada carretera bien lo valen. 

 Kilómetro tras kilómetro vamos tomando conciencia de donde estamos, comenzamos a manejar con soltura la moneda local, conociendo los precios reales de las cosas y acostumbrándonos a sus peculiares normas de circulación. Acabamos la jornada en Chefchaouen con tan solo 256km, llevamos varias noches sin apenas dormir y lo que es peor, nuestra higiene personal reclama urgentemente una revisión, por lo que optamos por pasar la noche en un “hotel”. Nada como un buen cubo y una palangana para suplir la tan ansiada ducha.



  Los escasos 206Km de la jornada siguiente solo significan una cosa. 

Comienza el Off-Road
 Tratando de escapar de las vías principales, nos aventuramos por toda suerte de caminos y pistas. 

 Barro, piedras, cabras, burros y pequeños cúmulos de casas se mezclan con los increíbles paisajes.  Guiados por un obsoleto mapa de 1986 recorremos la polvorienta ruta que con muchas vueltas nos guía hasta escasos kilómetros de Fez.  La primera jornada off road nos permite hacer múltiples paradas para poco a poco comenzar a afinar el pequeño panda amarillo, que dicho sea de paso, aún dista mucho de funcionar correctamente.



 Poco antes del ocaso, decidimos acampar en una verde ladera a algunos cientos de metros de una poco transitada carretera. Un local que recoge extraños cardos por la zona nos indica que es un buen lugar. 

 Ha sido un buen día y todos tenemos un buen sabor de boca, desgraciadamente, no tenemos demasiados días y en las próximas jornadas habremos de escoger otro tipo de vías mas ágiles si pretendemos acercarnos remotamente al plan inicial.



  Tras la opípara cena,  la animada sobremesa se alarga cuando un espontáneo muchacho emerge de la oscuridad para saludarnos y tras haberse marchado, reaparece con su hermano pequeño y una pesada bandeja.  Café, leche y crepes son su presente para los forasteros que se han instalado “cerca” de su casa. 




  Pasando por la preciosa medina de Fez y las imponentes montañas de Ifrane, el quinto día de viaje culmina en un paradisíaco lugar a las faldas del Atlas, en las inmediaciones de Midelt. 



Un tornillo de M8 dentro del carburador!
 El sol también nos ha acompañado hoy haciéndonos disfrutar como niños del viaje. Perdidos entre montañas y mágicos paisajes volcánicos, los dos vehículos continúan su marcha y del mismo modo, continúan las labores de “ajuste” del pequeño amarillo que nos revela alguna sorpresa dentro de su minusculo carburador.

   El vehículo recupera algún caballo perdido, pero continúa teniendo el establo medio vacío.


  Tras algunas recomendaciones de la gente local, hemos enfilado una pista que asciende lenta pero constantemente. El paisaje que nos rodea, delata que nos encontramos por encima de los dos mil metros cuando forzados por la falta de luz decidimos acampar.

Ventosa acampada en el Atlas
  Acampamos en un lugar idílico. A un lado la silueta de las altas montañas del atlas que nos observan curiosas, bañadas por los perlados brillos de la luz de la luna casi llena, al otro, recortadas en las colinas, las famélicas siluetas de algunos nudosos árboles solitarios, callosos ancianos de madera que sobreviven rudos a las duras condiciones del entorno.



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