viernes, 26 de abril de 2013

Amarillo: “Yo me quedo aquí”



   Es temprano cuando partimos de Agoudir. Abandonamos el bonito “camping” (mas bien un hostal), no sin antes negociar algunos souvenirs con el peculiar individuo que lo regenta.
   El motor del pequeño amarillo ruge lleno de energía hoy, el trabajo de la noche anterior parece haber sido efectivo  y emprendemos la marcha felices por ello.

   Tras la reunión de la noche anterior, hemos decidido abandonar la idea de bajar al desierto y hemos tomado la determinación de minimizar el off-road.  El tiempo apremia y la salud de nuestro amigo amarillo es delicada. Nos quedan aún más de dos mil kilómetros y hemos de cuidar las mecánicas.  Nuestro nuevo plan consiste en avanzar hacia Marrakech para tratar de llegar a Essaouira a la jornada siguiente, desde allí enfilaremos la costa y comenzaremos a subir lentamente hacia el norte.

   Atravesamos las espectaculares gargantas de Todra, mientras nos alejamos apenados de los inigualables parajes del Atlas.  Inmensos palmerales comienzan a aparecer en los llanos y áridos paisajes que sustituyen a las verticales laderas del pasado día. El polvo y la arena  nos harán compañía hoy.

   Las  carreteras mejoran notablemente, la orografía del terreno permite mejores infraestructuras y el clima, más benigno, las mantiene en mejor estado. Avanzamos veloces por las interminables rectas que atraviesan las bastas, bastísimas llanuras arenosas que se pierden en el horizonte. Atrás, en la lejanía, las hermosas cumbres nevadas nos despiden apenadas, encogidas por la distancia.

   Nos adentramos en la “ruta de las kasbah “ atravesando bonitos poblados, pequeños oasis  que con sus construcciones tradicionales observan indiferentes el paso del tiempo, el lento golpeteo de los granos de arena que incesantemente golpean sus gastadas fachadas.

   Todos hemos observado el creciente traqueteo que nuestro amigo amarillo desprende, pero ninguno de nosotros parece querer hablar del tema. El vehículo funciona correctamente y no es sino cuando su rendimiento baja, cuando paramos a echarle un vistazo poco concluyente. Reemprendemos la marcha con la premisa de reajustar las válvulas al final del día.

  Tras varias horas de desértica conducción,  nuestro travieso amigo motorizado decide pararse. Nos encontramos atravesando Ouazazarte y la vetusta mecánica del pequeño aparato no parece tener intención de arrancar de nuevo. 
   Empujamos el vehículo a un lado y tras una reparación de urgencia volvemos a ponernos en ruta. Apenas 500 metros después volvemos a estar operando al moribundo aparato. 

   En sus casi 30 años de vida, el pobre amarillo parece haber sufrido toda suerte de averías. Son muchas las reparaciones que lleva encima y algunas, no son demasiado buenas. Eran otros tiempos y otra mentalidad, las cosas se reparaban para evitar en lo posible comprar piezas nuevas y contener así el precio de la reparación. Por desgracia, algunos de esos “trabajos de artesanía”, parecen haber superado su fecha de caducidad.
   Los tornillos que fijan el árbol de balancines a la culata, han sido “retocados” por al menos un par de “mecánicos” diferentes y tras la dudosa calidad de los trabajos, los años y la dureza del viaje, haberlos tocado el día anterior fue cuanto necesitaron para romperse del todo.

   Así pues, nos encontrábamos en la ciudad de Ouazazarte con un motor que precisaba de una intervención de gran calibre que con nuestros limitados recursos difícilmente podríamos llevar a cabo.

   Eneko y Lopez se aventuran en busca de soluciones con el coche rojo (Rosa) mientras que Iñigo y yo nos quedamos esforzándonos en un vano intento por encontrar una solución.
   La cosa no pinta demasiado bien y comenzamos a plantearnos la posibilidad de abandonar a nuestro maltrecho compañero de aventura.

Te lo cambio por el panda.
   Providencia, destino, Karma o simple casualidad que el motor muriese definitivamente en una ciudad, que un joven mecánico que volvía del colegio nos ofreciese su ayuda y que un peculiar personaje que se hacía llamar Manolito y que hablaba un buen castellano se acercase a echar una mano.  Más curioso aún que la expedición que partió en busca de ayuda volviese con la noticia de haber localizado una culata completa a un precio más que razonable.

   Remolcamos el inerte cubo de metal amarillo hasta el taller de nuestro nuevo amigo, donde llegamos a un acuerdo con su padre sobre el precio del cambio de culata. El trato está hecho, supuestamente tendremos la culata a las 10 de la mañana del próximo día así que no queda mucho por hacer hoy. 
   El taller, no lo es tanto. Es un minúsculo local repleto de toda suerte de piezas y fragmentos de coche, algunas herramientas desperdigadas y grasa. Más mugre de la que la gran mayoría de las personas sería capaz de soportar.
   En el reducido espacio, más reducido aún por el cúmulo de trastos, difícilmente podría meterse un coche. De hecho, difícilmente podría meterse una moto dejando espacio suficiente para apearse de ella.  Por tanto, el coche ha de dormir en la calle y al dueño del “taller” no parece satisfacerle la idea.
   Una marea de chavales y niños empujan el pequeño amarillo por las estrechas y laberínticas calles a un inexplicable y frenético ritmo, fruto del cual vamos poco a poco perdiendo fuerza motriz hasta acabar tan solo dos exhaustos burros empujando.  Abandonamos el cadáver en una campa junto a una gasolinera y aunque nos cuesta creer que las probabilidades de hurto aquí sean menores, no nos quedan demasiadas alternativas.

  Tras algunas extrañas peripecias al estilo benny hill, encontramos un hotel y cenamos en un extraño y grasiento restaurante. Nuestros principios nos obligan a huir de los comercios para guiris y la aparente falta de higiene es una parte del precio a pagar.  A pesar de ello, cenamos estupendamente y a buen precio.

   Nos acostamos agotados, el día no ha dado ni un minuto de tregua. En nuestras cabezas, muchas dudas, especialmente sobre la certeza de localizar una culata compatible en tan corto plazo.
  

viernes, 19 de abril de 2013

El Atlas, un duro rival


   El día amanece claro en aquel mágico lugar, tras la intensa noche de fortísimos vientos que amenazaban con enviarnos de un salto al país de Oz.
   La relativa incomodidad de nuestro pedregoso lecho, pierde su escasa importancia cuando el ahogado crepitar de la cremallera, deja paso a una bocanada de aire que nos invita a salir prestos de nuestro efímero refugio. La fina tela se hace a un lado y muestra ante nuestros ojos llenos de legañas, la inmensidad del paisaje que con cristalina transparencia se pierde en el horizonte.

   Impulsados por invisibles fuerzas, recogemos el campamento con una celeridad poco común.

   Los bellos cantos de los glaciares del atlas parecen habernos hechizado cuan sirenas a incautos navegantes, invitándonos a partir raudos en su busca. Así lo hacemos.

   Con las sonrisas en ristre, embarcamos en nuestras naves de hojalata con las velas

tensadas, dejando atrás tan solo nuestras pisadas.

   La pista continúa subiendo describiendo un semicírculo por la ladera de la montaña, gira 
bruscamente a la derecha salvando es cauce de un riachuelo para volver a torcer acto seguido a la izquierda, luego de nuevo a la derecha, de nuevo izquierda, ... El ascenso es constante y tras cada curva descubrimos como el camino se retuerce más y más, cada vez más estrecho, cada vez más bacheado, encaramado a la montaña.
   Las pendientes comienzan a ser grandes y el firme del camino ya no lo es tanto.
   El pobre amarillo no da más de sí y solloza exhausto. La altitud no ayuda mucho a su
pequeño y gastado corazón y se ve incapaz de seguir avanzando. El bueno de Rosita se ofrece sin dudarlo a aportar su granito de arena y lo remolca a duras penas en los duros repechos, pero la cosa no ha hecho más que empezar.
   Esquivamos bloques de rocas desprendidos de laderas y paredes, sorteamos zanjas, esquivamos ríos y superamos grandes desniveles, embelesados por la indescriptible belleza del entorno. Nos encontramos en el circo glacial de Jaffar, el sol de los últimos días ha hecho remitir la nieve permitiéndonos llegar hasta aquí hoy. No obstante, nuestros amigos mecánicos (y especialmente el pequeño amarillo) se encuentran muy lejos de su hábitat y el esfuerzo se hace notar. En más de una ocasión, nos vemos obligados a abandonar el camino en busca de soluciones alternativas para afrontar un determinado repecho, y es que, los problemas de salud
del pobre amarillo son cada vez más patentes.

   Poco a poco, los desniveles se hacen menores y el estado del camino mejora a su vez.
   Durante las siguientes horas, disfrutamos como niños pequeños rodeando valles y cruzando ríos. La pedregosa pista se torna resbaladiza con la aparición del barro, los bordes del camino comienzan a poblarse de árboles y algunos pequeños riachuelos nos salen al encuentro para que por un instante chapoteemos en sus cristalinas y gélidas aguas.

   Tras algunos kilómetros, una enorme pista nos sale también al encuentro y volvemos a tener 
una línea que seguir en el mapa.
   Un precioso paisaje estepario nos acompaña, circulamos por la amplia y en ocasiones incluso asfaltada pista. Interminables y desérticos montículos se extienden ante nuestros ojos.
   Estáticos al frente, cortados por nuestra estela de polvo detrás.
   Seguimos el cauce de un bonito y aparentemente tranquilo río, pero la obligación de
desviarnos una y otra vez para sortear los puntos donde la carretera ha desaparecido, demuestra que la bestia despierta con los deshielos alcanzando un colosal tamaño capaz de engullir cuanto queda a su alcance.
   Atravesamos pequeños poblados, donde somos interceptados por nubes de niños que nos saludan y persiguen.
   Extasiados por los paisajes y vivencias del día llegamos a Imilchil, donde con la intención de poner la guinda, pedimos indicaciones para llegar a unos lagos que supuestamente hay por la zona y si el lugar lo permite, tal vez acaparemos allí. No somos capaces de dar con el camino que lleva a los lagos, pero nos llevamos el impresionante recuerdo de una sinuosa y empinada carretera que nos deja boquiabiertos. Tras las vueltas tratando de encontrar el dichoso camino y ayudados por la irrisoria velocidad que el panda amarillo desarrolla cuesta arriba, la noche nos da caza de regreso a Imilchil. Por alguna razón, no nos apetece pernoctar en este pueblo y continuamos algunos kilómetros en busca de un “camping” que hemos visto anunciado en un cartel.
   Si conducir por Marruecos ya es de por si delicado, hacerlo de noche se convierte en toda una aventura. Extraños personajes ataviados con oscuras chilabas pasean y se cruzan por las carreteras, a pie, en burro o en bicicleta. A pesar de que circulamos despacio, los sustos que nos proporcionan sus fantasmagóricas apariciones son constantes.

   Por fin llegamos al camping, con el gran logro de no haber atropellado ni a uno solo de esos 
seres nocturnos. El día ha sido realmente intenso, negociamos una habitación para los cuatro y cenamos. Tras la cena, una breve sobremesa con otros viajeros con interesantes y variados proyectos y rutas.

   El día de hoy ha puesto de manifiesto que no podemos continuar rodando a este ritmo por lo 
que antes de irnos a dormir, decidimos dar un buen repaso al motor del panda amarillo.
   Herramientas, linternas y risas se mezclan dando lugar a una insólita coordinación. Se limpia y ajusta el carburador y el encendido y se efectúa un reglaje de válvulas. En poco menos de una hora, el coche amarillo está de nuevo montado pero no podremos probarlo hasta la mañana siguiente, el resto de huéspedes nos lo agradecerán.

miércoles, 17 de abril de 2013

Una tierra sorprendente


  

  Apenas salimos del puerto y enfilamos la primera ascensión por una taladrada carretera, descubrimos que es el momento de hacer un reset a nuestra imagen preconcebida de este país.

   Inconscientes conductores a bordo de destartalados artefactos a motor, circulando desordenadamente por carreteras pobremente pavimentadas, no suponen ninguna sorpresa. Sí lo suponen no obstante, la increíble belleza de los verdes prados y valles que se extienden  desde las cercanas cumbres hasta los imponentes acantilados, así como la desinteresada amabilidad y el buen trato de la gente local. Creo que son demasiados los prejuicios que la sociedad intransigente ha instalado gratuitamente en nuestras cabezas.





  Movidos por la belleza de los paisajes y apoyados por el calor del sol que hoy luce radiante, decidimos abordar la carretera de la costa. El trayecto es lento pero las vistas y el propio trazado de la bacheada carretera bien lo valen. 

 Kilómetro tras kilómetro vamos tomando conciencia de donde estamos, comenzamos a manejar con soltura la moneda local, conociendo los precios reales de las cosas y acostumbrándonos a sus peculiares normas de circulación. Acabamos la jornada en Chefchaouen con tan solo 256km, llevamos varias noches sin apenas dormir y lo que es peor, nuestra higiene personal reclama urgentemente una revisión, por lo que optamos por pasar la noche en un “hotel”. Nada como un buen cubo y una palangana para suplir la tan ansiada ducha.



  Los escasos 206Km de la jornada siguiente solo significan una cosa. 

Comienza el Off-Road
 Tratando de escapar de las vías principales, nos aventuramos por toda suerte de caminos y pistas. 

 Barro, piedras, cabras, burros y pequeños cúmulos de casas se mezclan con los increíbles paisajes.  Guiados por un obsoleto mapa de 1986 recorremos la polvorienta ruta que con muchas vueltas nos guía hasta escasos kilómetros de Fez.  La primera jornada off road nos permite hacer múltiples paradas para poco a poco comenzar a afinar el pequeño panda amarillo, que dicho sea de paso, aún dista mucho de funcionar correctamente.



 Poco antes del ocaso, decidimos acampar en una verde ladera a algunos cientos de metros de una poco transitada carretera. Un local que recoge extraños cardos por la zona nos indica que es un buen lugar. 

 Ha sido un buen día y todos tenemos un buen sabor de boca, desgraciadamente, no tenemos demasiados días y en las próximas jornadas habremos de escoger otro tipo de vías mas ágiles si pretendemos acercarnos remotamente al plan inicial.



  Tras la opípara cena,  la animada sobremesa se alarga cuando un espontáneo muchacho emerge de la oscuridad para saludarnos y tras haberse marchado, reaparece con su hermano pequeño y una pesada bandeja.  Café, leche y crepes son su presente para los forasteros que se han instalado “cerca” de su casa. 




  Pasando por la preciosa medina de Fez y las imponentes montañas de Ifrane, el quinto día de viaje culmina en un paradisíaco lugar a las faldas del Atlas, en las inmediaciones de Midelt. 



Un tornillo de M8 dentro del carburador!
 El sol también nos ha acompañado hoy haciéndonos disfrutar como niños del viaje. Perdidos entre montañas y mágicos paisajes volcánicos, los dos vehículos continúan su marcha y del mismo modo, continúan las labores de “ajuste” del pequeño amarillo que nos revela alguna sorpresa dentro de su minusculo carburador.

   El vehículo recupera algún caballo perdido, pero continúa teniendo el establo medio vacío.


  Tras algunas recomendaciones de la gente local, hemos enfilado una pista que asciende lenta pero constantemente. El paisaje que nos rodea, delata que nos encontramos por encima de los dos mil metros cuando forzados por la falta de luz decidimos acampar.

Ventosa acampada en el Atlas
  Acampamos en un lugar idílico. A un lado la silueta de las altas montañas del atlas que nos observan curiosas, bañadas por los perlados brillos de la luz de la luna casi llena, al otro, recortadas en las colinas, las famélicas siluetas de algunos nudosos árboles solitarios, callosos ancianos de madera que sobreviven rudos a las duras condiciones del entorno.



viernes, 5 de abril de 2013

Los comienzos siempre son difíciles




    Es viernes 22 de Marzo y apenas salgo de l trabajo, salto a la “Borineta” y parto disparado en dirección Zaragoza. Un estado de intranquilidad me desborda, las ganas de volver a la acción se mezclan con las dudas y pequeños miedos que aparecen antes de cada viaje. “¿Aguantaran los coches?  ¿Acabaremos a gritos entre nosotros? ¿Estaré demasiado oxidado para salir a la aventura?...”

   Las pocas noticias que tengo del resto del grupo no son muy alentadoras, “Rosita” ya está más o menos listo pero el pequeño amarillo continúa en el quirófano. Las reparaciones y ajustes de última hora se están alargando más de lo esperado y parece inevitable que la hora de encuentro sea retrasada.

   Por suerte, la espera se hace más que amena con Pasku y compañía que me acogen de buena gana (Muchas gracias). Cena, kalimotxo, vino, patxaran, cerveza… 
 La niebla es ya densa en mi cabeza cuando pasada la 1 de la mañana los dos pandas estacionan junto a la Borineta.  No son horas ni estoy en condiciones de emprender un viaje por lo que decidimos descansar una horas y partir al amanecer.
 Dos se instalan en la Borineta mientras los otros dos ocupamos el sofá que amablemente nos ceden pasku & co. (Gracias de nuevo).

  Apenas acabamos de tumbarnos y el despertador ya está dando la lata, debería estar prohibido dormir menos de 4 horas.

   La motivación que nos sale por los poros nos hace emprender el viaje rebosantes de alegría y aunque avanzamos a un ritmo decente (los 50km/h a los que circula el amarillo en cada cuesta arriba no cuentan), nos vemos obligados a parar cada pocos kilómetros para buscar solución a los “problemas” que padece el pequeño amarillo. Su escasa compresión y el exceso de aceite en el carter, hacen que el filtro de aire se encharque de aceite. Probamos múltiples inventos, decantadores, recuperadores e incluso una chimenea, pero el habitáculo del panda se sigue llenando de humo y acabamos el día (una vez recuperado el nivel normal de aceite) con la configuración original.

   La jornada se salda con 925km y más de 19h de viaje. Hemos intentado coger el ferry en Málaga pero no ha sido posible y la única posibilidad es bajar a Algeciras y tratar de embarcar a las 6am. 

   Estamos demasiado cansados y decidimos parar un rato, la desmesurada urbanización de la costa no nos permite encontrar un sitio para acampar unas horas y acabamos aparcados en un solar de marbella. Todo apunta a que tampoco hoy descansaremos demasiado. Cuatro personas durmiendo en dos seat pandas con el maletero repleto y sin asientos atrás no dan mucho de sí (tampoco hace falta mucho para llenarlo), 4 horas después reemprendemos la marcha doloridos y bastante cansados.


   Ya en el puerto de Algeciras nos comunican que el ferry de las 6 no sale y que tendremos que esperar al de las 8 que finalmente zarpa a las 9:30.
 Una vez en tierras Marroquíes, los amigos del control fronterizo deciden tocarnos las narices (esto es algo que sucede en todos los países del mundo, ¿viene en algún manual?) y sin ninguna razón aparte del aparente placer de fastidiar, tardan unas cuantas horas en sellarnos el pase.



 Ahora sí, el verdadero viaje ha comenzado.


viernes, 22 de marzo de 2013

Un nuevo viaje


   Mongol Bori sigue al pie del cañon.

 A pesar de que ya hace algún tiempo que no hago ningun viaje digno de mención, sigo tan Mongol como siempre y lo que es peor, más Bori que nunca.

 Con la excusa del pequeño viaje que comenzaré hoy (22/03/2013), retomo este blog con la esperanza de que sea la rampa de despegue para otros muchos más.

"Pequeño Amarillo"
 Como es habitual en mí, también este viaje comienza con vehículos de por medio. Se trata nada menos que dos pandas, un pequeño seat panda amarillo del 84 y un fiat panda 4x4 del 93.
 Como también es habitual en mis viajes, cabe mencionar que el pequeño amarillo continúa a pocas horas de salir colgado en el elevador, convaleciente de varias operaciónes a corazón abierto que como no podía ser de otra forma, se han efectuado a última hora.
"Rosita"
 El Fiat rojo (mas bien es ya rosa por lo que a partir de ahora lo llamare "Rosita" y así de paso le toco las narices a eneko), padece también algunas dolencias cronicas. Su gastada caja de cambios se muestra reacia a engranar la 3ª velocidad y su pequeño motor de 50cv tiene la fea costumbre de funcionar a tres cilindros cuando le viene en gana.

  Podría también entrar a detallar las averías mas bien crónicas que padecen los 4 ocupantes, sobre todo en partes como la razón o el sentido común, pero la cosa se alargaría demasiado.

  El viaje en sí, consiste en un viaje de 10 días a tierras Marroquíes. Esta actividad que tan de moda se ha puesto en los ultimos tiempos, no comporta en principio demasiado reto pero estoy seguro de que con una ruta de 5.000km a traves del atlas dibujada en 10 minutos sobre google maps y la impresionante capacidad de complicar las cosas que nos caracteriza, acabará derivando en una alocada peripecia que seguro nos hara disfrutar de lo lindo.

 Nos acompañas?





viernes, 17 de septiembre de 2010

La meta

Parte XIV:

>

A bordo de la Citroen Berlingo los tres ocupantes volamos sobre el desierto esquivando piedras y agujeros, así como cabras, camellos, ovejas, vacas y algún que otro niño suicida que surgido de la nada, nos intercepta con el objetivo de conseguir bolígrafos, caramelos o globos.

La máquina va perfecta y parece prácticamente indestructible, su pequeño corazón de 1.4 litros parece empeñado en llevarnos a meta a una velocidad record. Por el camino en cambio, muchos coches averiados que inútilmente me esfuerzo en reparar. El mal estado de los caminos y la cantidad de kilómetros acumulados pasan factura y los cada vez más desvencijados aparatos se arrastran lentos casi empujados por sus dueños tratando de alcanzar la capital. El desierto en cambio es implacable y no parece dispuesto a permitirlo por lo que desgraciadamente la mayoría de ellos no lograran su objetivo.

La convivencia con mis nuevos compañeros resulta realmente sencilla y la posibilidad de comunicarme en castellano-catalán me resulta todo un alivio.

En buena compañía, entre bromas, anécdotas y baches, disfrutamos de cada kilómetro de éste peculiar país. Los paisajes que con una inusual nitidez se extienden hasta el horizonte, parecen obra de algún alocado pintor que con tan solo tonos marrones y mustios verdes habría conseguido una sorprendente combinación capaz de dejarnos extasiados observándolos durante largos, larguísimos ratos.

A pesar de que la densidad demográfica de este país es irrisoria, a menudo aparecen en el paisaje puntitos blancos que no son sino “Gers”, circulares construcciones móviles donde viven familias nómadas dedicadas al pastoreo. Antiquísimos vehículos de la URSS cortan también el paisaje con las enormes estelas de polvo que los persiguen y peculiares personajes de edad indeterminada apostados sobre las rocas que rodean los caminos o sentados en viejas ruedas abandonadas aparecen de vez en cuando observándonos con curiosidad desde detrás de sus enormes pipas de fumar.

Los pobladores de éste peculiar país son gentes sencillas y amigables, parcos en palabras y poco dados a la comunicación en las ciudades y más atentos en zonas aisladas. Su curioso estilo de vida parece sobrevivir en un frágil equilibrio entre la simplicidad propia de su forma de vida nómada y la tecnología de las grandes urbes que no obstante no logra enturbiar sus extrañas tradiciones, costumbres e indumentarias.

Los días pasan casi tan veloces como los cientos de kilómetros de estepa que vamos dejando atrás. La cercanía de la meta se palpa en el ambiente y una extraña inquietud se apodera de nosotros cuando la indómita pista de tierra sobre la que hemos rodado los últimos 1500km se transforma en carretera, síntoma inequívoco de la inminente llegada a Ulan Bator.

Los nervios afloran imparables al compás de cada uno de los 370km que nos separan de nuestro destino. No en vano llevamos casi un año preparando ese momento y muchos, quizás demasiados días deseando que llegue. Los tres ocupantes de la Mongoleta tratamos de olvidar la presión que sentimos en el pecho, la sequedad de la boca y el tembleque de las rodillas y al unísono aguantamos la respiración cuando cruzamos bajo el enorme cartel que con letras rojas reza: ULAAN BAATAR.

Una indescriptible mezcla de sensaciones y sentimientos enfrentados me abordan cuando tras casi una hora perdidos por la ciudad alcanzamos por fin la línea de meta y es que tras casi cuarenta días de viaje con enormes dosis de alegría, terribles momentos de angustia y una interminable lista de caras, culturas, paisajes e idiomas uno se espera algo más que aparcar junto a un bar donde media docena de ingleses beben cerveza a precios desorbitados y donde nadie hace siquiera una mueca de interés hacia lo que para ti es la conclusión de la mayor aventura de tu vida.

El monstruo ha sido derrotado, el gigante que durante tantos meses ejercía de adversario ha caído produciéndome un vacío, que mezclado con la ilusión de una meta alcanzada y las inmensas ganas de volver me mantienen en un estado de confusión durante los tres días que permanezco en ésta ciudad. Tiempo más que suficiente para disfrutar de su horrible arquitectura, lo rancio de sus habitantes y la desesperante indiferencia de los organizadores del rally. Con la sonrisa en la boca, nos dirigimos no obstante al aeropuerto el cuarto día, con la sensación de haber estado en un paradisíaco lugar, y es que la alegría de haber llegado no se borrara tan fácilmente y son muchos los buenos recuerdos que asimilar.

lunes, 6 de septiembre de 2010


Parte XIIV:

El largo trayecto toca a su fin, acompañado por Rusland y Anastasia me dirijo al centro. En apenas 15 minutos llegamos a su casa, como prácticamente todos en esta ciudad, se trata de un gris edificio de escasa belleza pero una cama, una ducha , comida y compañía agradable me hacen sentir como en mi propio hogar.

Tras el merecido descanso el día se plantea tranquilo, desayuno y sobremesa concluyen con una excursión a la oficina de Staninslav, el otro habitante de la casa, desde donde intentaremos encontrar una forma para continuar mi viaje. En vista de que en este país no hacen mucho caso a las webs y lo teléfonos parecen estar de adorno, decidimos pasarnos por la estación de autobuses .
La caótica y gris estación de Oskemen posee un extraño ambiente underground, entre los puestos y tenderetes deambulan personajes de novela ofreciendo todo tipo de servicios y productos. El caos en las ventanillas no es menor que en el resto de la estación, pero tras alguna discusión mi compañero logra comprar un billete para…

Barnaul parece ser la única alternativa sólida para dar el siguiente paso, mi visado termina en un día y no hay muchas más opciones para salir del país a tiempo. Me han asegurado que desde allí salen autobuses hacia Mongolia pero no termino de creérmelo, me huelo que acabare saliendo de alli en tren. El bus en cuestión sale a las 20.40 de mañana por lo que habré de quedarme una noche más como huésped de mis nuevos amigos.
Tras varias horas por la ciudad y ya de noche, convenzo a Rusland para ir a bordo de su destartalado “Moskvtich” al supermercado, a modo de agradecimiento por su hospitalidad esta noche cocinare yo.
Una gran tortilla de patata y unos pintxos regados con buena cerveza parecen el acompañamiento perfecto para celebrar la sorpresa del día. Anastasia está embarazada.
El día ha ido redondo y como guinda una entrevista telefónica con el programa “la casa de la palabra”.

El arcaico autobús brinca como una liebre sobre la taladrada carretera hacia la frontera Rusa que alcanzamos sobre las 23 y de la que no logaremos salir hasta pasadas las 3. Los intentos de dormir hacinado en e superpoblado aparato no dan más resultado que dolor de espalda y además se salda con la perdida de la navaja que tanto me ha facilitado el viaje.
Derrotado llego a Barnaul, durante el largo viaje he visualizado ésta ciudad como un cuello de botella para los “Rallyers” y me he auto convencido de la posibilidad de encontrar a algún equipo en las inmediaciones por lo que he dedicado mi tiempo de insomnio a buscar como si de wally se tratara coches de colores por los caminos, arcenes y carreteras.

Son las 10 de la mañana cuando entramos en Barnaul y no veo el momento de bajarme de este condenado aparato, apoyado en el cristal con los ojos enrojecidos de sueño trato de prepararme para la nueva jornada de aventura cuando de pronto algo me hace saltar del asiento, aparcado frente a un hotel veo un Fiat Panda con distintivos del rally y con el capot levantado.
El corazón se me acelera mientras trato de memorizar cada quiebro del autobús con la esperanza de que la estación no se encuentre demasiado lejos.
Afortunadamente no lo está, me cuelgo la mochila e inicio una frenética carrera de obstáculos en dirección al hotel. 15 minutos después, me encuentro junto al citado coche en un estado cercano a la asfixia tratando entre soplidos de comunicarme con su dueño que afirma no tener espacio para mi. No obstante, comenta que hay varios equipos más alojados en el hotel de manera que casi sin dejarle terminar salgo corriendo en dirección a la puerta donde monto guardia a la espera de que vayan saliendo.
Tras un par de intentos fallidos, por fin un equipo se ofrece a llevarme hasta la frontera, una vez más se trata de una ambulancia, esta vez sueca, que nos conduce veloz por la serpenteante carretera hacia Mongolia. Absorto por las impresionantes vistas, casi logro olvidarme del insoportable olor a pies que inunda todo el habitaculo.

Bien entrada la noche y tras prácticamente todo el día en ruta, alcanzamos la frontera. El paso se encuentra cerrado así que acampamos junto a los 7 equipos que también esperan su apertura.
No es hasta el mediodía cuando logramos arreglar los papeles para salir de Rusia. Recorro los 23km de “limbo” con la ambulancia sueca y de nuevo toca parar en la frontera mongola, es hora de comer y tardaran un par de horas en volver a abrirla. Al otro lado de la verja, una veintena de vehículos esperan terminar los tramites para cruzar definitivamente. Los tramites para la donación del vehiculo se efectúan aquí por lo que la mayoría de los equipos pasan aquí al menos 24 horas.
Yo, como peatón no tengo problema alguno y tardo en pasar apenas 5 minutos desde que abren la barrera. De la misma forma pasan también 3 ciclistas uno de los cuales resulta ser un vitoriano que se lanzó solo a la aventura hace ya varias semanas.

Atascados en la frontera pero a punto de concluir los tramites, encuentro al equipo catalán “From lost to the river” a quienes ya conocí en Barcelona. Este equipo comenzó el rally el día 8 de agosto cubriendo los casi 10.000km de su ruta hasta aquí a un ritmo trepidante, hace algunos días supe que iban bastante más avanzados que yo por lo que no esperaba encontrarlos aquí. Por suerte para mí, la burocracia los ha frenado.
Los dos integrantes del equipo, Marc e Ignasi, aceptan llevarme sin dudarlo, su Citroen Berlingo solo tiene dos asientos por lo que haré el viaje sentado sobre la tabla que llevan montada en la parte trasera y que hace las veces de cama.